In both the stained glass window and the statue in our church, Saint Anthony of Padua holds the Bible and the Child Jesus. In 1231, Anthony was sent to the Franciscan hermitage in Camposampiero, Italy to recover from an illness he contracted after a tiresome Lenten mission full of preaching and hearing confessions. Anthony would pass on to his eternal reward later that year, but not before a period of intense prayer at the hermitage, during which he was granted the grace of physically embracing the Child Jesus. Consider the significance of the Baby Jesus coming to Anthony, a forceful preacher known as the “Hammer of Heretics.” Despite his reputation, (Anthony probably would upset many people in today’s climate of political correctness,) he possessed such great tenderness for Our Lord in his prayer and study of Scripture that the Child Jesus physically embraced and blessed him. And so we see that a good priest is not only a man who can deliver stirring homilies that ardently defend the teachings of the one true faith, but also a man who must have an intimate relationship of childlike trust with Jesus Christ.
En tanto en la vidriera de la iglesia como en la estatua en nuestra iglesia, San Antonio de Padua sostiene la Biblia y el Niño Jesús. En 1231, Antonio fue enviado al eremitorio franciscano en Camposampiero, Italia, para recuperarse de una enfermedad que contrajo después de una extenuante misión de Cuaresma llena de predicación y confesiones. Antonio pasaría a su recompensa eterna más tarde ese año, pero no antes de un período de intensa oración en el eremitorio, durante el cual se le concedió la gracia de abrazar físicamente al Niño Jesús. Considera la importancia de que el Niño Jesús viniera a Antonio, un predicador enérgico conocido como el "Martillo de los Herejes". A pesar de su reputación, (Antonio probablemente molestaría a muchas personas en el clima actual de corrección política), poseía una ternura tan grande por Nuestro Señor en su oración y estudio de las Escrituras que el Niño Jesús lo abrazó físicamente y lo bendijo. Y así vemos que un buen sacerdote no es solo un hombre que puede pronunciar homilías conmovedoras que defiendan fervientemente las enseñanzas de la única fe verdadera, sino también un hombre que debe tener una relación íntima de confianza infantil con Jesucristo.